Crónica de un fracaso anunciado
- Delfina De la Vega
- 18 jun 2019
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 28 sept 2021

El viernes 2 de abril de 1982, Carlos se levantó como todos los días a las 5:30 de la mañana y se preparó para ir al cuartel en la Prisión Naval Buenos Aires que quedaba en Retiro, ahí llevaban a los suboficiales de la Marina que tenían que ser juzgados en el Edificio Libertad.
Siguió su rutina de costumbre, bañarse, lavarse los dientes, vestirse y salir de su casa en busca de la parada, rumbo a su destino, que por cuestiones del tráfico tardaba casi una hora para llegar, así que saliendo a las 6:30 llegaba a buena hora. No llegó a cruzar la puerta.
-¡Carlos, vení!
-¿Qué pasa, viejo?, voy a llegar tarde.
-Yo te llevo, llueve a cántaros.
Caminaron tres largas cuadras cubriéndose con un paraguas, llegaron a la cochera, su padre buscó el Ford Falcon rojo y partieron. Esa mañana el tráfico estaba más intenso, a eso de las seis de la mañana, tomó un destornillador, lo presionó unos centímetros más abajo de las ventanillas del aire y dio tres vueltas alrededor de la perilla de encendido, esperó unos segundos y la radio encendió. Estaban a unos kilómetros del regimiento cuando escucharon: "¡El pueblo argentino ha tomado las Malvinas!"
-¿Qué cosa? -le preguntó a su papá un poco confundido- ¿Dónde quedan las Malvinas?
-¿Cómo dónde quedan las Malvinas? En el sur,- le contestó.
-Sí, ya sé. ¿Pero dónde?
El padre lo miró sin saber contestarle. Frenó el auto, frente a un semáforo en silencio se tocó el entrecejo, confundido. Carlos dejó de lado lo que escuchaban, se puso a leer una revista aunque ni el entendía lo qué leía. Sin decir una palabra avanzó, volvió a frenar frente al cuartel.
Carlos agarró su mochila, elevó el botón del seguro, con su mano izquierda levantó la manija y al amparo de la lluvia saludó a su padre. Es posible que algo lo mordiera por dentro, nunca lo sabremos del todo, ni él lo sabía, pero un nudo en el estómago, lo hacía sudar más de lo normal.
Según el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos (NIH), nos ponemos nerviosos porque el cerebro activa una «respuesta encaminada a reaccionar ante un cambio». Y lo consigue liberando unas sustancias químicas llamadas hormonas y neurotransmisores que alteran el funcionamiento de ciertas partes del organismo, se produce una descarga de adrenalina que provoca la familiar sensación de susto.
Seguramente él no sabía lo que iba a venir, pero quizás lo intuía.
Hoy está repleta, desborda, miles de ciudadanos hombres y mujeres entusiasmados la colmaban. La Plaza de Mayo está ubicada en el denominado microcentro porteño, rodeada por las calles Hipólito Yrigoyen, Balcarce, Avenida Rivadavia y Bolívar. En esta Plaza Histórica el fundador Juan de Garay plantó el símbolo de la justicia el 11 de junio de 1580, fue desde entonces el centro de la vida ciudadana donde el pueblo celebró sus actos más solemnes como sus fiestas y expansiones colectivas.
Con la decisión de invadir Malvinas intentaban fortalecer su poder ante un desgaste inevitable; fue anunciada por el general Galtieri con su frase célebre “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. Se escuchaban cantos como “El pueblo unido, jamás será vencido” y pancartas con frases “Las Malvinas son argentinas” acompañadas del entusiasmo y la euforia de miles de argentinos que festejaban la “recuperación” de las islas. Luego de siete largos años de represión, de devastación económica, aumento de la pobreza, anulación de la participación política y de opresión cultural Malvinas activaba un elemento emocional unificador de la opinión pública y de los sentimientos de patriotismo.
El 30 de marzo de 1982 la CGT “Brasil” que encabezaba Saúl Ubaldini convocó a una movilización a la Plaza de Mayo, reconocida bajo el lema “paz-pan-trabajo”, fue una de las más importantes contra la dictadura, hubo enfrentamientos y corridas en las calles con numerosos heridos y detenidos.
Carlos había cumplido recientemente 20 años, y hasta el día que entró al regimiento para hacer el servicio militar; tres meses y medio antes de la guerra, había vivido en Nuñez. Nunca le había faltado nada. Los Mustoni una familia con un buen vivir, estaba compuesta por sus dos padres ambos trabajadores y una hermana menor; “ella sufrió mucho la guerra, creo que más que yo”, él era mayor y al único al que le tocó hacer la colimba. Todos la pasaron mal, ellos escuchaban la radio para enterarse de algo. Sobre Carlos no tuvieron información. Desde Malvinas envió cartas y dos telegramas, no recibieron nada.
“Correr, limpiar, barrer” co-lim-ba, pocos saben su significado, aunque muchos de ellos formaron parte de ella. El Teniente General Pablo Riccheri, presentó el proyecto según el cual se reclutaba a los varones argentinos entre 18 y 21 para cumplir servicio durante dos años. Estuvo activo desde 1904 hasta 1994. El Caso Carrasco fue un proceso judicial llevado a cabo para esclarecer la muerte de Omar Carrasco, el joven cumplía el Servicio Militar Obligatorio en el Cuartel de Zapala ubicado en la provincia de Neuquén. En el año 1994 fue brutalmente asesinado tras haber sido víctima de varias torturas por parte de miembros del Ejército.
Este hecho y los conflictos generados por el mismo tuvieron un gran impacto y repercusión a nivel socio-político en la sociedad argentina, la magnitud del caso escaló a tal punto que el expresidente Carlos Menem debió anunciar en cadena nacional la finalización del Servicio Militar Obligatorio.
“Fui asignado al Destructor Piedra buena, que fue el escolta del Crucero Belgrano.” En terminología naval, un destructor es un buque de guerra rápida y maniobrable, diseñado para proporcionar escolta a buques mayores. “Nuestro país no estaba bien posicionado con respecto a los aparatos tecnológicos, no me considero y ni era un especialista en el tema, pero todo era bastante rudimentario, no estábamos tecnológicamente preparados.
Aunque se habían añadido tecnologías de radar y misiles, el barco estaba en malas condiciones de turbinas y no podía alcanzar más de 18 nudos. El destructor era de la segunda guerra mundial”.
Corrían rumores, chistes, parecía un juego. Pibes contentos, sus bocas abiertas de par en par, algunos con hoyuelos en sus mejillas. Se decía que iba a durar todo un par de días, todo era cuestión de horas. Embarcaron para ir a defender un lugar que ni siquiera conocían. Que iba a pasar lo mismo que en la Batalla de Talavera, los rubios de caras pálidas se iban a rendir antes de tiempo, su derrota fue épica.
“Todo lo que hacíamos en práctica como maniobras de repente pasó a ser realidad ya no era un juego”. Y agrega el ex tripulante “sabíamos que íbamos a defender algo pero no sabíamos bien a qué”. Ya traspasando el manto de neblina y acercándonos a las costas agrestes de las islas, tropezamos con el conflicto armado entre la República Argentina y el Reino Unido. La guerra de Malvinas se desarrolló entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, fecha de la rendición del ejército argentino.
Con el conocimiento de que la llegada de los ingleses era inminente, Carlos contó de que todo empezó a cambiar comentarios, preocupación, estado anímico. Pero si algo hay que destacar a pesar de todo, es la unión y el apoyo entre compañeros, ya fueran colimbas, suboficiales y oficiales, estaban para apoyarse y darse fuerzas para seguir adelante.
Vivir en las islas, en tierra o agua es sentirse en una montaña rusa, emociones que van y vienen. Las expectativas al comienzo y los resultados del final, todo impredecible, nada está escrito, la historia se está por escribir, hay un comienzo, pero del final nadie sabe nada. Luego de ver el camino recorrido uno elige cómo verlo, puede que sienta satisfacción de saber que tuvo el valor para subirse.
Tanta curva, tanta adrenalina, tanto miedo, una vez arriba, no se puede bajar, podemos temer o disfrutar, agradecer esos segundos de estar ahí, estar vivos. Particularmente el clima malvinense es húmedo, frío oceánico, con alta frecuencia de días nublados, lluviosos y ventosos. Los promedios térmicos mensuales oscilan entre 9°C, en el verano y 2° C en invierno, los vientos son muy frecuentes, son islas de relieve montañoso, de costas elevadas y acantiladas con pocos desplayados.
-“Era una mañana helada, tenía los dedos hinchados apenas los sentía, mi estómago rugía, me escabullé por la cocina, miré lado a lado, me aproximé a un tablón de metal bastante oxidado, tomé el pedazo de carne y lo más silencioso posible, lo compartí con uno de mis compañeros, la comimos así como estaba, cruda, ningún tripulante notó el pedazo de carne faltante, nos sentimos aliviados, pero no satisfechos, ¿qué hubiera sido de nosotros dos si alguien se enteraba?” El frío no le permitió sentir las manos, no había comida, el hambre no lo dejó pensar. “Nos ordenaron dormir en la proa para avisar ante cualquier movimiento inglés.”
-No las puedo mover.
-¿Cómo? ¿Qué cosa no podés mover Pablo?, le preguntó Carlos.
-Las piernas, las piernas, se me congelaron.
A Pablo lo sacaron de Malvinas sin poder caminar. Por el resto de su vida tendrá que tomar, diariamente medicación.
Lamentablemente Pablo fue uno de muchos otros jóvenes que padecieron el frio. Con la exposición prolongada a estas temperaturas se hinchan las piernas y los pies. La piel se pone tirante, se lastima y el hueso de los tobillos desaparece como si estuviera recubierto por una capa de gomaespuma, presentan dificultad para caminar, se pierde sensibilidad, se dejan de sentir los dedos.
Desde el punto de vista médico la temperatura corporal normal del cuerpo humano es de 37ºC, toda medida menor de 35ºC se denomina hipotermia, se produce cuando el cuerpo pierde más calor del que puede generar y habitualmente es causada por una larga exposición al frío.
Frío, hambre, disparos, bombas, estallidos, gritos, llantos, lejos de casa, son simples palabras, llevan dentro miles de connotaciones. Qué difícil pensar en el frío, el frío no se piensa, se siente, no se sabe nada de este hasta que nos recorre todo el cuerpo. Todos los tripulantes amenazados ante la violencia del clima, paredes enchapadas, el frío traspasaba todo, frazadas dispersas que nunca eran suficiente.
El desenlace trágico comenzó el 2 de mayo cuando el submarino Conqueror disparó tres torpedos de los cuales impactaron dos. El crucero Belgrano, indestructible, ese barco no se hundía fácilmente. Sin embargo las cosas fueron diferentes, bastaron tan solo 50 minutos. El Destructor ARA Piedra Buena pasó a ser un buque de rescate, un día después de la tragedia, el destructor retornó a la zona del desastre. La búsqueda de los sobrevivientes en los mares agitados comenzó a las 10.40 horas, el frío punzante y el clima inhóspito que azotaba las islas complicaban la situación. En sus comienzos el barco contaba con 304 tripulantes con el paso de las horas colapsaba, espalda con espalada, arrodillados, apretujados para hacerle frente al frio amenazador. Al pasar los días se fue conociendo con más detalle la dimensión del impacto, rescataron a 770 hombres, de la totalidad de 1093 que tripulaban el Belgrano. En la madrugada del 5 de mayo, los buques arribaron al puerto con los supervivientes, que fueron transportados por vía aérea a Bahía Blanca, donde los esperaban sus familiares.
-Rescatamos todo lo que más pudimos. Fue del día 3 al 4 y el 5 de mayo llegamos a Ushuaia, los depositamos apenas atracamos y los llevaron en avión.
Y también recordó que los momentos más tristes los vivieron tras presenciar el hundimiento del crucero “General Belgrano”. “En ese aberrante acto –señala en su relato- se fue la vida de tantos compañeros. El día de la rendición también me costó mucho asumirlo y cuando regresamos a puerto el vacío que quedo en la dársena donde amarraba el glorioso “General Belgrano” me inundó una tremenda tristeza y siempre me pregunte ¿Por qué Dios, porque…?”
¿Qué ocurrió después de la guerra? El sufrimiento no se quedó allí en el sur del Atlántico, las consecuencias de esta devastadora guerra llevan consigo miles de muertes. Una vez terminada la guerra: el olvido, la negación colectiva. Un bicho raro, así se sintió Carlos al llegar, el abandono fue total. En primer lugar, por parte del Gobierno militar, que los obligó a firmar un documento en el que se comprometían a no hablar de lo sucedido. Luego por parte de la sociedad argentina, que había apoyado mayoritariamente la guerra, y que ahora que la democracia comenzaba a despuntar en el horizonte quería mirar hacia el futuro, una sociedad que miró para otro lado, que no recordó a los que murieron ni contuvo a los que volvieron.
En la Guerra de Malvinas perdieron la vida 649 soldados argentinos. Lamentablemente desde el final del conflicto, más de 300 combatientes se quitaron la vida, no había contención estatal, tampoco estaban creadas las organizaciones de ex combatientes que hoy los agrupan.
Las novelas y películas sobre Malvinas se cuentan con los dedos, tal vez sea un tema demasiado doloroso de abordar. En el año 2005 se estrenó “Iluminados por el fuego” una película argentina dirigida por Tristán Bauer. La película, narra las experiencias de Esteban Leguizamón, un excombatiente de la guerra de las Malvinas. Este film volvió a colocar el drama de los suicidios en el centro de la escena, cuenta los recuerdos que despierta en un ex combatiente el intento de uno de sus compañeros por quitarse la vida.
Esta vez no se logró la victoria, pero se defendió a nuestra nación. De esta batalla muchos llevan pintada la silueta de los barcos atacados y hundidos o averiados. No hay mejor orgullo y honor para un guerrero que demuestra su bravura y entrega, los integrantes de los escuadrones se convirtieron en Veteranos de Guerra, los náufragos del Puerto Belgrano en sobrevivientes y los que quedaron en las islas, hoy son héroes que mueren de pie que demuestran el haber servido a la Patria y haber defendido su soberanía.
Cada cicatriz, rasguño, herida lleva consigo miles de significados, una historia, una marca que no solo está físicamente en el cuerpo. Estas cicatrices son crónica de una batalla, forman parte de nuestra vida, al verlas nos remontamos a ese pasado, son la huella de aquel camino recorrido.
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